martes, 15 de mayo de 2007

La fotografía en mi vida

Entre los cursos de la Universidad que más me agradaron fue el Curso básico de Fotografía. Lo llevé cuando estaba en IV ciclo, y aunque nunca aprendí con exactitud cómo usar la cámara mecánica (soy muy mala con los objetos mecánicos y también con la tecnología) el sólo hecho de esperar las fotografías que había tomado y revelarlos tanto en negativo como positivo me causaba un gran placer. Para aquellas personas que alguna vez han revelado el rollo, podrán estar de acuerdo conmigo que es sumamente tenso, pues todo el proceso se hace en la oscuridad absoluta y no admite el más mínimo error, pues está en juego el total de tus tomas fotográficas.


Mis fotografías no son dignas para ningún concurso, es más, muchas de ellas están sobreexpuestas, es por ello que empecé diciendo que nunca aprendí (hasta el día de hoy) las técnicas básicas de fotografía, algo de lo cual me arrepiento, pero que lo he podido superar :)


Como era un curso básico, los temas de las fotografías eran libres, por lo que decidí hacer tomas de la naturaleza, cuidad, mis sobrinos, objetos, autos... es decir... hice tomas a todo lo que veía, pues no me interesaba la toma en sí, sino que lo que yo quería era revelar el rollo, me parecía increíble como la combinación precisa de los químicos hacía que la imagen aparezca, el uso de la ampliadora para hacer que mi negativo se "traslade" a mi papel fotográfico... era una sensación muy confortable para mí.

2 comentarios:

Christian dijo...

Es buena la autocrítica, y si es algo que tanto te apasiona pues hazlo más seguido sin importar detalles o parámetros como en tu curso, muchas veces el instinto y la pasión interior con que uno hace las cosas produce buenas obras.

Félix dijo...

Hola Karen, saludos desde esta parte del mundo denominada España, desde este rincón del planeta llamado Torrejón de Ardoz donde se localiza el colegio en el cual trabajo.

Desde niño la fotografía siempre me ha parecido algo mágico, un trozo de papel donde podías ver al abuelo al que nunca conociste o guardar un recuerdo de tu vida, un lugar visitado, un momento congelado en el tiempo. En aquella época lo único que entendías era que la cámara era un aparato con magia, que cargabas con un rollo, disparabas, la llevabas a la tienda y te devolvían unos momentos y lugares a través del papel.

Posteriormente, de adulto, me gasté parte de mi primera paga extraordinaria en una cámara réflex. Sin ser un experto en la materia, me fascinaba jugar con los aspectos técnicos de la cámara, ver los resultados. Aunque mis fotos tampoco eran para concurso, el poder hacer fotos sin flash nocturnas, con las calles iluminadas por las farolas y con una nitidez asombrosa, ya era suficiente para darme por satisfecho.

Actualmente sigue siendo mágico, sobre todo porque cada fotografía me evoca un recuerdo, un sentimiento, es la manera de vivir la misma cosa dos veces, o tal vez un intento inútil de detener el tiempo que tanto se escapa de las manos. La fotografía me ha permitido ser un coleccionista de lugares, lugares de pueblos, ciudades, países, literatura o cine, pero sobre todo y más importante un coleccionista de recuerdos con mis seres queridos, tanto en España como en Perú.

Me encanta fotografiar a mi hijo, tu sobrino, Pedrito. En una ciudad como Madrid, en la que uno sabe donde nace o donde vive de niño, pero que nunca sabe donde vivirá de adulto y en que la probabilidad de vivir en el mismo barrio es remota, me encanta fotografiar a mi hijo jugando, paseando y corriendo por las mismas calles en las que yo lo hice, compartiendo el mismo escenario de juegos infantiles. Gracias a la tecnología, la semana pasada uní su foto de bautizo con la mía, la misma pila bautismal en ambas fotos, pero con 33 años de diferencia entre una y otra, y el bebé al que bautizan en la foto de blanco y negro, viendo como bautizan a su hijo, el bebé de la foto de color.